Solos
Ana ¡En casa! Misha se acerca a saludarme. Le acarició la cabecita justo detrás de las orejas. Se estremece y huye por el pasillo. Me descalzo los taconazos y noto el paraíso en mis pies. He comprado vino tinto y surtido de quesos para cenar y en la mesita del salón me esperan las últimas 50 páginas de un libro, con el que he establecido una relación totalmente pasional, de enganche, que esta noche tendré que acabar. Fernando Encarcelado en una sobremesa familiar, no tengo escapatoria. La tía Juana habla y habla. Me concentro en sus labios mientras sus palabras se pierden por mis oídos como el agua del grifo desaparece por el desagüe. El barullo de voces es un mantra que me lleva a un agradable trance. Lejos, muy lejos, todos ríen con las estúpidas gracias de tío Rafa. Carlos Desde mi bunker oigo una brutal explosión. Uno, dos, ¿tres segundos habrán bastado para aniquilar a la humanidad?. Me niego a salir ahora, por seguridad. ¿Cuánto tendré que esperar? Ya